La escalada del conflicto entre Israel e Irán reaviva tensiones geopolíticas en Medio Oriente con efectos inmediatos sobre el mercado energético global
La reciente escalada del conflicto entre Israel e Irán vuelve a encender focos de tensión geopolítica en Medio Oriente, con repercusiones inmediatas en el mercado energético global. En este contexto incierto, Argentina —aunque con un peso limitado en la producción mundial de crudo— no permanece ajena. La inestabilidad en los precios internacionales del petróleo y posibles disrupciones en el comercio global de hidrocarburos podrían traducirse tanto en amenazas como en oportunidades para el sector energético nacional.
Uno de los principales efectos positivos sería una mayor rentabilidad para Vaca Muerta. Si el precio internacional del barril supera la barrera de los 90 o incluso los 100 dólares, la producción no convencional en nuestro país —que presenta costos más elevados que los yacimientos tradicionales— se vuelve mucho más atractiva desde el punto de vista económico. Esto podría acelerar proyectos de inversión, fomentar nuevas perforaciones y ampliar el volumen de producción exportable.
A su vez, un aumento sostenido del precio internacional del crudo significaría un mayor ingreso de divisas por exportaciones. Si Argentina logra sostener o incrementar sus niveles de envío de petróleo, especialmente de crudo liviano, esto podría traducirse en una mejora del frente externo, en un contexto en el que cada dólar cuenta. La combinación de precios altos y crecimiento exportador pondría al país en una posición más sólida para encarar su delicada situación macroeconómica.
En paralelo, ante un mercado global tensionado y con países consumidores en busca de abastecimiento confiable, Argentina podría posicionarse como una alternativa atractiva para diversificar fuentes. Europa y algunas economías asiáticas podrían volcar su mirada hacia productores fuera del círculo de influencia directa del conflicto, y si nuestro país logra garantizar seguridad jurídica y condiciones operativas estables, podría atraer inversiones nuevas en infraestructura energética y logística.
Sin embargo, los riesgos no son menores. Uno de los principales perjuicios sería el encarecimiento de las importaciones de combustibles. Argentina continúa dependiendo del gasoil y otros productos refinados que importa, y un barril más caro incrementaría esos costos, generando presión sobre los precios internos. Esto podría trasladarse directamente al transporte y a la cadena productiva, afectando la inflación local.
A esto se suman las tensiones fiscales derivadas del esquema de subsidios vigente. Si el Estado decide contener el impacto del alza de precios internacionales sin trasladarlo al consumidor, los subsidios a la energía y al transporte crecerán, lo que podría comprometer aún más las cuentas públicas. El dilema entre sostener los subsidios o liberar precios volverá al centro del debate.
También hay que considerar los efectos logísticos. En un escenario de conflicto regional prolongado, se verían afectadas las cadenas de suministro globales, los costos de fletes, los seguros marítimos y los tiempos de entrega. Esto no solo complicaría la importación de insumos clave para el sector energético, sino también la capacidad de exportar con regularidad y previsibilidad.
De cara al futuro, tanto el Gobierno como el sector privado deberían monitorear tres escenarios centrales. El primero es una posible escalada militar, con el riesgo de que Irán bloquee el estrecho de Ormuz o que Israel intensifique su ofensiva, lo que podría disparar los precios de manera abrupta. El segundo escenario implica un endurecimiento del frente diplomático, con nuevas sanciones cruzadas entre potencias que alteren el comercio de crudo y generen distorsiones globales. El tercero es la reconfiguración de las alianzas energéticas: con Medio Oriente en crisis, países tradicionalmente dependientes podrían virar hacia nuevos socios, y Argentina tiene la oportunidad de ocupar un lugar estratégico si actúa con previsión.

Los conflictos armados nunca son una buena noticia. Pero en términos energéticos, estas tensiones globales generan movimientos abruptos en la oferta y la demanda que pueden beneficiar a productores emergentes. Si Argentina logra avanzar en su agenda energética, resolver los cuellos de botella macroeconómicos y promover la inversión en infraestructura, esta crisis podría convertirse en una ventana de oportunidad. Al mismo tiempo, deberá prepararse para afrontar las consecuencias internas de un barril volátil y caro, que puede traer más de una complicación.