Viñateros y bodegueros de Mendoza, es momento de enfrentar la realidad: la minería y la vitivinicultura pueden convivir. El dilema que se ha instalado durante décadas no es más que un argumento para frenar el desarrollo de la provincia. Chile, el mayor exportador de cobre del mundo, es al mismo tiempo el cuarto exportador global de vinos. Australia, con una de las industrias mineras más avanzadas, también es un líder en el mercado vitivinícola. No se trata de una competencia entre sectores, sino de aprovechar todas las oportunidades de crecimiento que Mendoza tiene al alcance.
Mientras otras regiones avanzan, Mendoza sigue atrapada en un falso conflicto. La economía de la provincia se basa en la producción primaria, pero la vitivinicultura, el turismo y la agroindustria no son suficientes para sostener el crecimiento a largo plazo. La minería no es una amenaza, sino una herramienta para fortalecer la diversificación productiva. Apostar por una matriz más amplia no significa abandonar el vino, sino garantizar que Mendoza pueda competir en un mundo que avanza sin pedir permiso.
La minería moderna no es la de hace un siglo. Hoy, la industria minera ha alcanzado estándares de seguridad tan exigentes como los de la industria aeronáutica. Con tecnología, regulación y control ambiental, Chile ha logrado gestionar el agua para abastecer a ambas industrias sin perjudicar ninguna. Australia ha desarrollado una minería eficiente sin comprometer la calidad del suelo ni del agua. Entonces, ¿por qué en Mendoza seguimos atrapados en discursos que ignoran la realidad global?
El Gobierno de Mendoza ha tomado la decisión correcta al avanzar con el desarrollo minero, estableciendo regulaciones y mecanismos de control que garantizan la sustentabilidad. Este trabajo serio ha despertado el interés de inversores nacionales y extranjeros que ven con buenos ojos la seriedad con la que la provincia está abordando la industria. Sin embargo, aún persiste un escollo institucional: los proyectos mineros deben recibir el aval de la Legislatura de Mendoza, un despropósito si consideramos que los legisladores no son técnicos ni especialistas en la materia. A pesar de este obstáculo, los capitales privados confían en el potencial minero de Mendoza y están dispuestos a invertir, convencidos de que la provincia puede desarrollar una minería moderna, controlada y beneficiosa para todos.
Apostar por el crecimiento no significa renunciar a la identidad vitivinícola. Al contrario, significa protegerla con recursos y desarrollo sostenible. Mendoza no puede seguir desperdiciando oportunidades mientras el mundo avanza. Ya no se trata de si la minería y el vino pueden convivir, sino de hasta cuándo seguiremos frenando nuestro propio progreso con excusas.
Es la hora de Mendoza. Es momento de avanzar, de dejar atrás el inmovilismo y asumir el desafío del desarrollo. O crecemos o nos condenamos a la decadencia por miedo al cambio.